Capítulo 1: El Nacimiento - Parte 4

>> sábado, 11 de abril de 2009

Con esas sencillas palabras había comenzado todo un año de instrucción y con el tiempo Inés había adquirido la certeza de que sus encuentros con el maestro eran el verdadero motivo por el que el destino la había enviado a Turquía.

Durante el año había aprendido a darle vida no solo a Artemisa, sino a todos los dioses antiguos, griegos e hititas, romanos y mesopotámicos. Había aprendido del dios de los hebreos, de Jesús, de las tradiciones de las Marías, la de la Madre y la de la Magdalena. Había aprendido a oficiar los rituales sagrados musulmanes con el mismo afán que ataño había desarrollado en las excavaciones arqueológicas cuando de niña acompañaba a su padre.

Ahora, a casi un año de distancia sentía simultáneamente un pesar y una alegría en el corazón. El pesar le venía de estar consciente de que iba a ser la última vez que habría de recorrer ese camino. La alegría le venía de saber que después de una breve estancia en Paris en los cuarteles generales de la UNESCO, por fin iba estar volando de regreso a su amado país.

Al pensar en su regreso Inés nuevamente comenzó a canturrear la cancón infantil cuyo volumen e intensidad fue aumentando conforme se adentró en el laberinto de caminos que daban a la robleda donde tenía que aparcar el auto.

Inés estacionó el Jeep en el lugar acostumbrado y cruzó el robledal al ritmo de la canción que canturreaba. Cuando salió del bosquecillo súbitamente detuvo su canturreo. En la costa debajo de donde se debía encontrar la cueva del maestro había una actividad completamente inusual. Aprovechando unas rocas planas medio sumidas en el mar habían desembarcado dos naves anfibias del ejército turco mientras que en la playa misma se encontraban varios transportes militares llenos de hombrecillos vestidos de uniforme.

En esos momentos escuchó los gritos de órdenes y vio como los hombres se agrupaban rápidamente en filas.

“¿Estarán buscando al maestro?,” se preguntó asustada. “Debo avisarle.”

Agachada y escondiéndose detrás de los pocos arbustos que ofrecían un escondrijo, Inés tardó lo que le pareció una eternidad en avanzar a la cueva. Cuando por fin pudo ver la entrada, vio que el maestro estaba plácidamente sentado frente a ella meditando mientras que a unas cuantas decenas de metros de distancia ya se vislumbraba una de las filas de soldados. El que la encabezaba, todo aparentaba que se trataba de un oficial de rango medio, interpeló al maestro con gritos groseros y se le acercó acelerando el paso.

Inés, desesperada intuyó que algo terrible estaba a punto de suceder y comenzó a correr olvidando toda precaución.

El maestro se incorporó lentamente y enfrento al militar con una sonrisa que lo enfureció aun más. El oficial gritó algo a su tropa que unos instantes más tarde rodeó por completo al venerable anciano.

“No le hagan nada, es inocente…” gritó Inés impotente desde la distancia en que se encontraba sin darse cuenta que estaba usando el español, incomprensible para los turcos.

El oficial le dio una bofetada al maestro que lo tumbó pero no logró borrarle la sonrisa de los labios. Dos de los soldados se acercaron y le dieron unas fuertes patadas en el costado, justo en el momento en que Inés logró irrumpir en el círculo de los militares.

“No le hagan nada, es inocente…” gritó Inés nuevamente acordándose de usar el inglés en esta ocasión.

“Usted quien es para entrometerse,” preguntó el oficial en un inglés tan perfecto como si de un estadounidense se tratara.

“No les digas nada,” se esforzó en decirle el maestro usando el español. “Esto ya estaba previsto desde hace mucho tiempo y estoy preparado.”

“¿Qué le dijo?” preguntó el oficial en su inglés perfecto.

“No lo sé,” improvisó Inés, tratando de ganar tiempo y aliento, “no le he comprendido.”

Inés se acercó al maestro y se agachó a su lado. Dos de los militares intentaron separarlos, pero el oficial los retuvo.

“Este hombre es un peligroso sujeto a quien nuestras autoridades han buscado desde hace muchos años.”

“Pero es solo un anciano.”

“Aun siendo anciano es peligroso, pero eso a usted no le importa,” dijo el oficial.

“No intentes argumentar con ellos,” le susurro el maestro, “ya te dije que estoy preparado.”
Ahora el oficial tomó rudamente a Inés del brazo y seguido de dos de sus hombres la empujó hacia la cueva.

“Le he dicho que no se entrometa.”

“Escuche, oficial, tengo un pasaporte diplomático y trabajo en la zona arqueológica de Efeso para la UNESCO. El señor es un adorable anciano que he vendido a visitar de vez en cuando. Le suplico que no le haga nada o el mundo sabrá de ello.”

El oficial soltó una carcajada mientras empujaba a Inés dentro de la cueva. Dos soldados se encargaron de impedir que saliera.

Pasaron unos minutos que parecieron eternos mientras el oficial y su gente intentaban hablar con el maestro que seguía firme en no dirigirles palabra alguna.

De repente escuchó un disparo e Inés se esforzó por contener un grito de espanto.
Unos instantes más tarde el oficial entró en la cueva.

“Con que pasaporte diplomático y empleada por la UNESCO. ¿Sabe que nunca lo he hecho con una mujer que tiene un pasaporte así?,” le dijo desabrochándose el pantalón, “¿Cómo lo hacen las diplomáticas internacionales?. ¿Prefieren desvestirse?”

El oficial alargó la mano intentando desgarrar el vestido de Inés, pero ella se escabulló al fondo de la cueva.

“No se preocupe. No le va a doler. Los turcos somos los mejores amantes del mundo.”

“Pero no quiero tener nada que ver con usted.”

“Me parece que en esta situación no tiene opción alguna,” le contestó el oficial, “si coopera ahora conmigo le prometo que el resto de la tropa no la tocará… de lo contrario…”

Después de sopesar unos instantes la situación Inés reconoció que el individuo efectivamente tenía todo a su favor habiendo incluso matado a su maestro, por lo que decidió ceder a sus intenciones tratando de oponer la menor resistencia posible para que esa repugnante situación pasara lo más rápido posible.

Pidiendo perdón al maestro en silencio, se acostó en su cama y se subió el vestido solo lo necesario para que el oficial le pudiera bajar las bragas.

Luego cerró los ojos y canceló todas sus emociones y sentimientos tal y como el maestro le había enseñado, como preparándola para lo que ahora le estaba sucediendo.

Cuando volvió en sí, Inés se dio cuenta que el oficial había salido de la cueva. Se incorporó y con sigilo se asomó por la entrada. Los militares habían desaparecido por completo. Ni siquiera las naves anfibias estaban ya en la playa.

Por un momento Inés se preguntó si todo eso no era un mal sueño y se dio cuenta de lo contrario cuando a unos pasos de distancia vio tirado el cuerpo del maestro al lado de una roca. Por primera vez desde que lo conociera, su túnica no estaba impecablemente blanca. En varias partes se había manchado de sangre.

Con lágrimas en los ojos se acercó al venerado anciano, se hincó a su lado y lo incorporó de tal forma que su cabeza pudiera descansar en su regazo.

Al sentir el movimiento la poca vida que quedaba en el cuerpo del maestro luchó para dirigirle sus últimas palabras:

“Calma Inés. No derrames una sola lágrima por mí, ya es tiempo de que experimente la muerte. No todo lo malo es como parece. Quiero que recuerdes siempre esto: ¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será tres veces la vieja diosa y un aliento para la humanidad.”

continúa con el capítulo 2: Orfandad

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Lacrimosa, ein Hauch von Menschlichkeit

Esta canción la cito al inicio de la novela e inspiró el subtítulo de la misma.

¿Porqué pensé en Turquía como el lugar de concepción de Sofía?

Ubiqué la concepción de Sofía en Turquía por muchas razones.

Personalmente siempre me he sentido conectado especialmente a Turquía. Es una conexión intuitiva y mágica y, a pesar de que solo he estado algunos días en Estambul uno de mis primeros destinos de viaje –si es que alguna vez tengo el dinero- sería recorrer Turquía.

Si revisamos la historia de occidente, muchas veces nos vamos con la finta de creer que la cuna de esta civilización fue Grecia, sin embargo, esto es un engaño. La mayoría de las grandes cosas, los grandes “detonantes” de la civilización occidental sucedieron en el territorio de la actual Turquía. Troja, la ciudad que dio pie a los poemas homéricos está en la actual Turquía, muchos de los filósofos y científicos griegos nacieron en territorio turco, etc.

Pero no es solo la conexión helénica la que hace especial a Turquía. Una de las civilizaciones más antiguas, Catal Hüyuc, se desarrollo aquí. Las primeras iglesias cristianas, las famosas siete iglesias en su mayoría estaban en Turquía. Y que sería del antiguo Egipto o de las culturas Mesopotámicas sin la constante rivalidad con el imperio Hitita que fue… lo adivinaste… turco.

Siento, por varias razones que Turquía todavía tiene mucho que darnos por esas conexiones tan especiales como cuna de la civilización occidental. Si queremos reflexionar y regresar a nuestros orígenes para reconstruirnos tenemos que revisar con mucha atención todo lo que pasó en Turquía desde los tiempos más remotos. Aquí hay claves importantes que todavía están por descubrirse.

Algo sobre la trama

La profecía del maestro al final del capítulo dice:

“¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será tres veces la vieja diosa y un aliento para la humanidad.”

La novela, obviamente trata de cómo se reúnen los doce alrededor de Sofía para dar un “aliento para la humanidad”, pero Sofía también tiene que descubrir cómo es eso de que es tres veces la vieja diosa.

La primera de ellas es Artemisa, la vieja deidad de Éfeso en cuyo honor fue construido un templo, también conocido como el Templo de Diana (el nombre romano de Artemisa) y quien, según los antiguos mitos nació de un lago ubicado en un robledal (un bosque de robles) de la zona del Mycale.

Hoy estos robledales ya no existen físicamente, pero siguen existiendo en la memoria humana. El roble, junto con otros árboles, es uno de esos árboles que se han considerado como “cósmicos”

(Hay más sobre este concepto en la primera sección de “El Anarquísta Místico” que se llama “Reflexiones sobre el árbol”)

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